lunes, 12 de octubre de 2009

Lennon imagínate esto



Alguna vez escribí que Lennon es mi único y fiel amigo, mi compañero del alma, mi aliado incondicional, siempre está conmigo en mil batallas y aunque perdemos esas mil batallas nunca me abandona. Su música para mi sigue siendo conmovedora y genial.


A pesar del tiempo transcurrido sigo pensando lo mismo y este pequeño preámbulo sirve para ratificarlo.


Sé que sobre Lennon se ha hablado y escrito demasiado llegando incluso a “canonizarlo musicalmente”.
Se tergiversa la realidad desde el más patético fanatismo musical o la simple explotación periodística.


John Lennon fue el rebelde congénito y guía, a su pesar, para toda una generación, autor de canciones inolvidables junto a Paul McCartney y en solitario, líder contestatario y al tiempo multimillonario, el ex beatle es, desde su trágica muerte, otro de esos lastres culturales que cada observador moldea a su antojo.


Lo que nunca nadie podra quitarle es la capacidad de composición en una época donde las presentaciones en vivo y el sacar un disco al mercado cada año era prácticamente una utopía. Canciones como: I´m only sleeping, In my life, Mind Games, Strawberry Fields Forever, y la excelente Imagine supera pureza y honestidad.


Al cumplirse 69 años de su nacimiento sólo podría concluir que John Lennon fue un extraordinario comunicador, el artista comprometido con su época y consigo mismo, y de su propia fragilidad como ser humano quizá por su insatisfacción con la realidad.


“No cambié porque los Beatles triunfaran y se me conociera, he sido igual siempre. Ser genio también es dolor. La creación es el remedio a ese dolor” John Lennon (1940 – 1980).

domingo, 4 de octubre de 2009

Aquel Viejo Pantalón de Cuero

Fue un sábado cuando en casa de mi enamorada viendo la televisión, me hizo un comentario acerca de lo “gastado” que estaba la casaca que tenia puesta. Le dije que no entendía su comentario (como casi todos los comentarios indirectos que me hace), y me recalcó que mi casaca que en sus años mozos era negrita y brillosa, ya se había vuelto de un color simplemente negro.

Me defendí que aquella casaca me había costado un ojo de la cara y que no me la había puesto hace tiempo, además así esté vieja me sentía cómodo con ella. Refutó que la use de diario o que simplemente la done a alguna parroquia, pero que ya no me la ponga para salir.

Me quedé callado, estaba incomodo por su “sugerencia”. Entonces, dije que siempre me sentí cómodo con ella y que no me desagradaba la idea de usar alguna vez sólo ropas viejas. Incluso ironicé explicándole que todo lo que espero de la ropa es que sea suave, que no raspe, que abrigue y que perdure con el tiempo. Si cumple esos requisitos, puedo ponerme cualquier cosa, incluso si tiene huecos, mejor aun si tiene huecos.
Ahora la enojada era ella. Se hizo un silencio inescrutable, que sólo fue interrumpido por su bostezo y eso significaba que me tenia que ir.


Al llegar a mi casa, abrí el closet, revisé y tiré a la cama camisas y polos viejos, que me agradaban. Encontrando, el polito negro de Lennon, adoro ese trapo, pensé. La camisa roja de botones blancos y ralas líneas negritas que ya casi ni se notan, pero me sigue agradando, aunque ya ni me lo pongo. Entonces fue cuando sucedió, estaba ahí entre los jeans, y pantalones de vestir. Era ella, la de cuero, aquel viejo pantalón de cuero. Lo agarré, lo descolgué y lo extendí. Lo extraño era que estaba igual de negrita, con los bolsillos gastados, pero sin rastros de humedad, ni hongos que se impregnan por el tiempo.
Aquel viejo pantalón de cuero tiene ya siete años y cinco desde la ultima vez que me lo puse.


Recuerdo que fue en el cumpleaños de una muy querida y vieja amiga, realizado en la vieja discoteca Tropical, donde salseros futbolistas quimbosos y borrachuzos se reunían para cimbrear las caderas con alguna vedette de moda.
Fui con mis amigos forajidos a ese evento, luciendo encuerado (casaca y pantalón de cuero), dispuesto a reunirme con la promo para bailar hasta decir basta. En aquellos años universitarios iba a las fiestas y/o reuniones alimentándome sólo de hierbas mágico orgánicas y una dosis doble de cerveza fría. Aquella noche bailé con la agasajada y con una vieja amiga alocada, atreviéndose a pasar sus manos por todos los rincones de mi pantalón de cuero, en un gesto que la enaltece.
A pesar de que aquel tono termino en una gresca callejera, cayendo herido incluso el administrador del local (recuerden que estábamos en La Victoria), gracias al señor no nos pasó nada y continuamos la juerga lejos de allí.


Han pasado cinco años y desde aquella ocasión nunca más volví a ponerme aquel viejo pantalón de cuero. A pesar de estar en la intimidad de mi habitación, no me atrevía a probármelo otra vez, sólo lo quedé contemplando y admirando, luego lo doblé bonito y colgué junto con mi casaca, como se cuelgan los uniformes de guerra. Pues ese fue mi uniforme de mil batallas, de juergas, de amistades intimas que se fueron desapareciendo con el tiempo, del fragor de las noches limeñas.

No sé si alguna vez me atreveré a vestir aquel uniforme, pero si lo hago no se rían, please. Pero lo que nunca haré ni me atreveré es vestirme así para Betty.

El Calichin Exitoso


Es el menor de los hermanos de mi padre, el último del clan, pero el más inteligente y cotizado de toda la familia con mucha diferencia. Abogado. Es el menor de los hermanos de mi padre, el último del clan, pero el más honorable con sueldo de ministro. Él es mi tío. El éxito siempre le sonríe y aunque casi nunca nos vemos, la familia comenta que soy el elegido a seguir sus pasos. El otro día viendo la pagina de sociales del diario El Comercio vi a mi tío junto con un reconocido diplomático, y es que sus amistades son gente importante.

Recuerdo cuando yo era un niño y él recién un jovenzuelo, mi papá siempre lo trataba de “calichin” cuando era practicante universitario. “Calichin” creció y ahora mi padre lo mira con respeto. Suelo escuchar que lo tilda de arribista, pero sé que en el fondo quiere que ambicione lo que el ha logrado, y yo muy dentro de mi sólo ambiciono publicar mi libro y que lo lea mi familia siquiera (sin que se espanten claro está).

Las cenas navideñas son un incordio para mi, pues tengo que vestir con impostada elegancia y parecer un ganador, regio, es decir a la altura de las expectativas familiares. Llego con mi camioneta ploma, no demasiada lujosa, pero apropiadamente sobria. Ya adentro, en el jardín y con una copa de tinto, mi tío me felicita por haberme colegiado y me recomienda que siga una maestría en la universidad más cara de Lima y luego postule a un doctorado en el Kennedy School of Goverment en Harvard, y yo me quedo pasmado porque nunca podré hablar un ingles tan fluido como él.

Tragos van, tragos vienen, hablamos de política, del futuro del país que avizoro incierto, y él con una sonrisa como sólo lo tienen los ganadores, me recomienda que haga dinero y que cada vez que me joda estar en el Perú me vaya a Miami a vacacionar y luego vuelva con un espíritu más renovado. Me dice que este país es lindo, lo único malo es el contenido, y hace un gesto cínico, a la vez que reímos los dos.Ahora déjenme emitirles estas palabras inglesadas a mi tío y por favor perdonen la pronunciación: You were such a winner uncle “calichin”. You had everything under control and help me if you can. Thank you.